domingo, 23 de mayo de 2010

MANUELA (y 3)




        El segundo encuentro de Manuela con la iglesia, si exceptuamos un tiempo en el que estuvo yendo a misa, en primera fila, porque le gustaba el monaguillo, se produjo cuando su hijo le dijo que todos los niños hacían la comunión y él era uno más.

        Manuela se había marchado de Manchatan nada más acabar la adolescencia y acababa de regresar con la experiencia que le habían proporcionado un matrimonio fugaz y la lucha cotidiana para sacar a su hijo adelante. Así que se presentó en la sacristía y le dijo al cura que su hijo, que acababa de llegar al pueblo, tenía edad de hacer la comunión y que, como ya había hecho 2 años de catequesis en Madrid, estaba suficientemente preparado. Fuese porque la locuacidad de ella fue suficiente, o porque él prefirió creerla para no complicarse la vida, el caso es que consiguió su propósito.

        El niño se integró en la catequesis y Manuela respiró aliviada, pero por poco tiempo. La siguiente complicación surgió cuando su hijo le dijo que los padres tenían que confesarse y comulgar con ellos. ¡Y otra vez a visitar al cura!, se dijo.

        Se acercó al confesionario y al “Ave María Purísima” del confesor, ella contestó con un “Buenas”. A continuación le dijo “Mire padre, yo hace mucho que no me confieso, tanto que ni se cuánto”, “Bueno hija, ya será menos. Si tu hijo tiene 8 años, tampoco hará tanto que te casaste ¿no?”, “Uy no, que yo me casé por lo civil y además, le digo una cosa, yo pecado, lo que se dice pecado considero matar y…. poco más y yo nunca he matado a nadie”.

        Manuela, con un elegante traje comprado para la ocasión, acompañó a su hijo a cumplir con lo que para ella fue su primer rito de integración social.

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