miércoles, 15 de diciembre de 2010

DIMAS y II



La noche antes de vivir, por quinto año consecutivo, su extraño sueño, pensó que esta vez no se produciría, estaba tan cansado de doblar el turno que seguro que dormiría como un tronco. Pero no, una vez más se repitió todo el proceso y con más intensidad que las veces anteriores. La sensación de realidad se hizo mucho más notoria.

Ese día la jornada se le hizo más larga que otras veces, se encontraba realmente cansado. Después de empezar el turno de noche, él y tres de sus compañeros hicieron un alto en el trabajo para tomarse un café bien caliente que les ayudara a seguir las horas que todavía les quedaban. Se dirigían hacia una de las salas vacías en aquel turno cuando, al atravesar un corredor acristalado, escucharon unos pasos en la planta de arriba y vieron claramente la sombra de una persona que se deslizaba por el corredor superior. Lo primero que pensaron es que un ladrón se había metido en las instalaciones sin saber que ahora había gente trabajando. Llamaron a la Guardia Civil y siguieron las instrucciones que les dieron mientras esperaban su llegada a la fábrica. Una vez que llegaron, registraron con esmero todo el edificio sin encontrar señal alguna de intrusos. Finalmente, uno de los números de la Guardia Civil les pidió que le acompañaran al sitio donde habían oído y visto al supuesto ladrón. Los cuatro le mostraron el corredor y le explicaron con total claridad la situación, el tipo de ruido y la visión de la sombra, porque sombra fue, que no cuerpo entero, lo que ellos percibieron.

El Guardia Civil les escuchó con atención, hizo las preguntas que estimó pertinentes y finalmente les aconsejó que no comentaran nada de lo sucedido. ¿Por qué? preguntaron ellos y, mirándoles fijamente a los ojos, el miembro de las fuerzas del orden les dijo, “Porque se trata de un fantasma, un fantasma conocido. Hace mucho que se aparece, siempre en este mismo sitio. Los dueños de la fábrica lo saben y también lo saben los empleados que llevan mucho tiempo aquí, pero todos han decidido no hablar de ello y vosotros deberías hacer lo propio”. Y con estas palabras se marchó dejándoles, literalmente, con la boca abierta.

En los años siguientes no se produjo ningún hecho digno de ser recordado. A pesar de eso, el día en que se cumplía el décimo encuentro con su “sueño especial”. Dimas empezó a sentirse inquieto, inquietud que se convirtió en una leve taquicardia cuando se metió en la cama. Tenía que levantarse antes de las 5 de la mañana para desplazarse al polígono industrial de un pueblo situado a 4 horas en coche del suyo y necesitaba estar descansado. Se revolvió entre las sábanas, temiendo y deseando a un tiempo dormirse. Por supuesto, el sueño no faltó a la cita.

Cuando salió, con tres compañeros, aún era noche cerrada. Llevaban una hora de camino cuando vieron una luz grande y poderosa en la línea del horizonte. Ninguno dijo nada, todos esperaron a que fuera otro el que lo comentara o, lo que era mucho mejor, que desapareciera. Pero ninguna de las dos cosas se produjo y ellos continuaron en silencio. A las 7 la luz, no solo no había desaparecido sino que se había hecho mucho más poderosa y daba la impresión de que de ella salían otras pequeñas luces que se dispersaban por el espacio, pero los cuatro siguieron en silencio. Cuando llegaron a su destino, eran ya las 9 de la mañana y el sol lucía como era de esperar, pero la luz del cielo seguía sin disminuir su intensidad. Se bajaron del coche y se unieron a los que les estaban esperando que estaban atónitos mirando el fenómeno. La luz había crecido desde que ellos la vieron por primera vez y ahora ocupaba un tercio del horizonte. De ella salían, ahora sí que estaba claro, otras mucho más pequeñas que se perdían en el espacio a toda velocidad.

Nunca se había producido anteriormente un silencio semejante en el polígono. Nadie hablaba, solo miraban al cielo. Y así siguieron hasta que, de pronto, todas las luces pequeñas regresaron a unirse con la grande para desaparecer en una fracción de segundo. En contra de lo que pudiera pensarse, nadie hizo el menor comentario, ni entonces ni nunca. Años después Dimas se encontró con uno de los que allí estuvieron y sólo entonces se atrevió a hablar del fenómeno. “Tío, ¿te acuerdas?” “Ea, es como para no acordarse” “Y tú ¿se lo contaste a alguien?” “A mi familia y en qué hora, solo me preguntaron qué me había metido y si había ido a trabajar sin dormir y borracho. No se me ocurrió contárselo a nadie más”.

Dimas piensa que aquella enorme luz, fuera lo que fuese, vino a llevarse sus “sueños raros”, porque desde entonces nunca más han regresado. A veces, cuando se acerca la fecha, siente en el fondo de su corazón, una cierta nostalgia.

martes, 7 de diciembre de 2010

DIMAS I

El primer encuentro que tuvo Dimas con lo que él llamaba “cosas raras” se produjo cuando le tuvieron que vacunar contra la hepatitis. Acudió al ambulatorio acompañado por su madre, le pusieron la inyección y ambos regresaron a su casa. No sucedió nada extraño o inusual hasta que llegó la noche y se fue al dormitorio que compartía con su hermano, unos años menor que él. Se acostó, cree recordar que se durmió y de pronto se vio flotando en medio de la habitación. Veía a su hermano acostado en su cama y roncando como un bendito, intentó hablarle pero no le salieron las palabras. La angustia lo inundó, se sintió terriblemente asustado, pensó que se había quedado mudo o que había perdido la cabeza y que nunca se recuperaría. Pero a la mañana siguiente, cuando se despertó, lo vio todo como un sueño, desagradable, pero nada más que un sueño.

Transcurrió un año completo, en el transcurso del cual no volvió a soñar con nada parecido. Pero al cumplirse el aniversario exacto de aquella noche, todo se volvió a repetir. De nuevo se vio suspendido en el aire y de nuevo incapacitado para hablar con su hermano dormido. Esta vez se detuvo a contemplar todo el entorno desde aquella nueva perspectiva. Se dio cuenta de que podía cambiar la orientación con solo pensarlo, era capaz de ver la habitación desde abajo, desde arriba o desde cualquier ángulo, de manera instantánea. Pero apenas disfrutó de esa sensación, el miedo y la angustia le volvieron a atenazar igual que la primera vez.

Los primeros días vivió temeroso de que se volviera a repetir aquél extraño sueño pero, una vez más, nada sucedió hasta cumplirse el tercer aniversario, en que todo volvió a suceder con exactitud. Esta vez Dimas sintió menos miedo, era como si el saber lo que pasaba, hubiera exorcizado la angustia. Esta vez se dedicó a explorar todos los rincones del dormitorio y a subir, bajar y desplazarse por el espacio y, aunque volvió a intentar hablar con su hermano, la imposibilidad ya no le produjo tanta ansiedad.

A pesar de esta mejoría, a la mañana siguiente tuvo la seguridad de que estaba perdiendo la cabeza de manera definitiva y decidió visitar a un psicólogo que había conocido unos días antes. No es que esa profesión le mereciera mucho crédito, siempre le habían parecido tonterías todo cuanto decían, pero pensó que algo más que él sabrían de cosas raras que le pasaban a las personas por sus cabezas, así que decidió pedirle una cita.

El psicólogo le explicó que los sueños eran como descargas que hacía el cerebro para poder seguir adelante, obsesiones, preocupaciones ocultas, problemas cotidianos, todo ese tipo de cosas se expresaban, de manera aparentemente absurda, en los sueños. ¿Tenía algo que contarle a su hermano que supusiera una carga emocional importante para él? ¿había algo oculto en la familia que solo él sabía y que no debía contar?. Pero ni estas ni otras preguntas que le hizo, le satisficieron. Salió con más confusión de la que tenía al llegar. Solo le aliviaba recordar que el psicólogo le había asegurado que eso eran sueños y nada más que sueños ¿qué otra cosa podrían ser? Dimas se despreocupó y decidió seguir con su vida con la misma normalidad de siempre. A su debido tiempo, el sueño se produjo sin cambios en su desarrollo y con la misma exactitud en su convocatoria que los anteriores.

En aquella época estaba trabajando en una antigua fábrica de dulces, una industria familiar con más de 100 años que seguía instalada en el mismo edificio desde su fundación. Se acercaba la campaña de navidad y a los empleados se les dio la posibilidad de hacer horas extras por la noche para adelantar el trabajo. Él se apuntó inmediatamente, cualquier ingreso suplementario sería bienvenido en su casa.