lunes, 26 de julio de 2010

LOLA (I)


Cada vez que escuchaba "Ramito de violetas”, todo se detenía y sólo existían las palabras que contaban aquella historia. Prefería la versión de Manzanita porque le permitía bailarla, si se encontraba con humor para hacerlo. Se sentía identificada solamente con la primera estrofa, justo hasta que decía que ella se quejaba de su falta de ternura, pero le gustaba porque le daba un rayito de esperanza, a lo mejor, como el hombre de la canción, su marido un día encontraría la manera, aunque fuera anónima, de decirle que la quería.

Mantuvo la esperanza hasta el último momento, cuando ya era imposible no enterarse de que tenía una amante. No es que fuera la primera, había tenido muchas, pero ésta tenía voluntad de quedarse. Así que cuando él le dijo que era mejor que dieran por acabada la relación, no se sintió sorprendida del hecho en sí, sino del inmenso dolor que le produjo.

Él fue generoso con ella, le dejó casi todo lo que poseían en común y le asignó una igualmente generosa pensión sin que mediaran discusiones. Cuando todo quedó resuelto se marchó de Manchatan. Tiempo después se supo que vivía con una mujer mucho más joven que él, alta, rubia, delgada pero con buenas tetas y buen culo, de esas que a los hombres de estas latitudes les gusta exhibir ante los demás. Uno de sus antiguos vecinos se lo había encontrado por las calles de la capital. Contó a todo el que le quiso escuchar y puedo jurar que fueron muchos, que la llevaba por la calle con un aire desafiante que parecía proclamar la propiedad de “la pieza” y un deseo no demasiado oculto, de despertar la envidia y un punto de admiración en los otros hombres.

Pero las cosas que, inevitablemente, escapan a nuestro control, entraron en acción. Lo primero que pasó fue que la nueva mujer se quedó embarazada y eso supuso una quiebra importante en su forma de vida. Él no quería más hijos, tenía suficientes con los de Lola, él solo quería seguir, como decía una de sus canciones favoritas “viviendo la vida loca”, que consistía en trabajar por el día, salir a cenar por la noche y después recorrer los locales donde ya le conocían y, gracias a las generosas propinas que dejaba, le trataban como si fuera el magnate que en realidad quería ser. Siempre junto a “su” rubia imponente.

Por si fuera poco, a ella el embarazo le sentó fatal Tenía ojeras, la cara hinchada y con manchas, el pelo sin brillo y engordó de una manera descontrolada hasta quedar irreconocible. Junto con su belleza desapareció el deseo sexual que hasta entonces había impregnado su relación.

No hay comentarios: