sábado, 17 de julio de 2010

EL NOTARIO Y SUS DOS MUJERES (y II)


Ella aceptó de buen grado la propuesta de quedarse a vivir allí todo el año. A lo mejor también estaba cansada del carácter de sus cuñadas o, lo que es bastante probable, estaba al cabo de la calle de la vida de su marido y decidiese que era más fácil hacerse la ignorante en soledad que en compañía.

El caso es que el tiempo fue pasando, otro hijo llegó al hogar de Manchatan y la dueña de la casa fue reuniendo joyas que él le compraba para, secretamente, compensarla de alguna manera. En las fiestas familiares y en los compromisos y acontecimientos sociales, era la envidia de todas las mujeres que padecían este mal (casi todas), envidia a la que se trataba de exorcizar recordando la situación de bigamia obligada en la que vivía.

¿Y “la otra”? ¿qué pasaba con ella?. ¿Qué conversaciones previas mantuvo con él? ¿a qué acuerdo habrían llegado?. Todas estas preguntas y muchas más se hacían los manchateños, sin que jamás se encontrara respuesta a ninguna y esto constituyó para siempre una singularidad. Ella subía y bajaba de la capital a Manchatan sin cruzar palabra con ninguno de sus habitantes que no fuera estrictamente de cortesía o profesional. Se supo que había tenido dos hijos más, porque era imposible no cruzarse por las calles de la ciudad, en alguna ocasión, con la gente del pueblo que iba a hacer compras o arreglar papeles. Pero esto fue todo. En un pueblo donde existe un verbo específico para designar el cotilleo: churretear, fue casi milagroso que no trascendiera nada.

Y así fue hasta que murió el notario. Todo el pueblo, como no podía ser menos, acudió a la iglesia para darle su último adiós. En los primeros bancos del lado de la Epístola, se sentaron las mujeres de la familia y los hombres hicieron lo propio en los del Evangelio. Ya estaban todos sentados esperando que el templo se llenase, cuando un murmullo lo recorrió obligando a los ocupantes de esos bancos de preferencia, a volverse para ver qué pasaba. Y lo que pasaba era que por el pasillo central avanzaba “la otra”, de luto riguroso, rodeada por sus tres hijos y con la firme intención de sentarse en uno de aquellos bancos.

Al murmullo le siguió un silencio total. Nadie quería perderse las palabras que se pudieran cruzar. Pero nadie las pronunció y unas se quedaron en el pensamiento y otras en la boca ya a punto de salir. Ellos se sentaron y la familia oficial se dio media vuelta e hizo como si no pasara nada. Todos menos el hijo mayor que no pudo menos que preguntarle a su madre por aquellas personas que nunca había visto y que con tantos derechos se creían como para hacer aquello. La madre le hizo un gesto imperioso de silencio y empezó la misa.

Antes de que todo el mundo formara la fila para darle el pésame a los familiares, la mujer se fue con sus tres hijos. Tenía tanto derecho como “la legítima” a recibirlo, pero no creía que alguien se atreviera a dárselo, así que se encaminó al cementerio a esperar que llegara el cortejo. Y allí fue donde el hijo mayor, ese que había preguntado a su madre en la iglesia, se encaró con ella y allí fue donde averiguó que tenía tres hermanos y allí fue donde ya nadie aguantó más y todos, pero todos y a la vez, como buenos manchateños, se pusieron a dar explicaciones, cada uno la suya, a voz en grito, como también era lo natural.

Lo único que se oyó nítidamente por encima del griterío reinante, fue la voz del hijo tronando “pues de heredar, nada, que lo sepáis”. Pero para algo el padre había sido notario y lo había dejado todo, éste sí, atado y bien atado y nadie, nadie les pudo quitar la parte que él les había destinado.

2 comentarios:

Unknown dijo...

Querida guionista Borondón: magistral la escena de la iglesia, drama puro con un punto de humor esquizofrénico. Los personajes los has trazado con dos líneas! Churretear, qué grande y qué propio el término! Creo que lo tomaré prestado, con permiso de los manchateños. Un beso fuerte.

Marián dijo...

Muchas gracias Iconos, me abrumas con tus comentarios, pero me alegran porque lo que pretendo es que lo paséis bien leyendo estas pequeñas historias, que lo son por razones de espacio. Gracias y un besote