martes, 1 de junio de 2010

MARGARITA Y MILAGRO II


     Hacía poco que salían juntos y ella se admiró de cómo aquellas manos de apariencia ruda y curtidas por el trabajo en el campo, fueron capaces de separar suavemente las plumas hasta encontrar la herida, un perdigonazo que le había propinado uno de esos chiquillos que empezaban a llegar los fines de semana con un equipo reluciente y una escopeta en sus insensibles manos y que eran nietos de gentes del lugar.

     Él oprimió el botón para llamar a la enfermera mientras seguía susurrándole palabras tranquilizadoras “ya pasó lo peor”, “ahora estás... casi bien”.

     Se dejó llevar por la sensación de tranquilidad que le daban su voz y sus caricias y escuchó las explicaciones que le dieron acerca de su estado, con serenidad. Al parecer su corazón tenía una válvula, algo que ella imaginó como una especie de grifo, muy estrecha y no habían tenido más remedio que cambiarla por otra artificial.

     Cuatro meses más tarde recibió la esperada noticia.

     — Mañana le damos el alta.

     Su marido le llevó la ropa que ella le pidió y fue al intentar ponérsela cuando se dio cuenta de lo que había engordado; el vestido le quedaba realmente estrecho. Intentaba recordar el aspecto que tenían los conocidos que habían estado hospitalizados, al darles el alta y los veía a todos pálidos, ojerosos y con bastantes kilos menos. Claro que ninguno había estado cuatro meses sin hacer más ejercicio que pasear pasillo arriba y pasillo abajo. A lo mejor era eso, seguro que era eso. “En poco tiempo, en cuanto recupere mi ritmo de vida, adelgazaré” –pensó− Pero al mes siguiente se hizo evidente que aquello era otra cosa. El médico no hizo sino confirmarlo: estaba embarazada de 24 semanas.

     El terror se apoderó de ella, le vinieron a la mente todas las historias de niños deformes que le habían contado en su vida y se imaginó con uno de aquellos monstruos en los brazos, intentando sentirlo como hijo suyo.

     Suponía que un feto capaz de seguir vivo después de todo lo que le habían inyectado y hecho aspirar a su madre, era imposible que fuera enteramente normal. Y si no tenía apariencia monstruosa seguro que tenía destrozados los pulmones o los riñones o, más probablemente, el corazón. Su hijo, porque en ese mismo instante dejó de ser “el feto”, se revolvió con fuerza en su interior y ella lo sintió como un mensaje que le enviaba y casi le oyó susurrar “estoy bien, tranquila”.

1 comentario:

KALMA dijo...

Hola! Tía te estoy leyendo y he recordado que tengo que llamar a mi hermana, jajaja, ya te contaré...
En el fondo la vida, desde su inicio, es fuerte, se abre camino así que ¡Otro habitante para Manchatan!
Besotes.