martes, 10 de agosto de 2010

LOLA (y III)


Pasaron otros dos meses sin que él alterara las nuevas costumbres que su mujer había logrado instaurar. Mantenía largas reuniones de trabajo y al volver a casa, si no era demasiado tarde o no lograba convencerla de su cansancio, salían con el niño. En una de esas maratonianas reuniones de trabajo estaba, cuando recibió una llamada de la Policía Nacional. Al llegar a su casa lo que se encontró le hizo temblar, ella estaba tirada en el suelo de la cocina con un agujero en la cabeza que reposaba en un charco de sangre.

Lola volvió a escuchar su voz a través del teléfono, quería verla y hablar con ella de algo realmente importante. Pensó que la oportunidad que había soñado llegaba, aunque un poco más tarde de lo que supuso. Se arregló y llena de nerviosismo y con un punto de esperanza y otro de ilusión, se encaminó a la cita. Se podía haber ahorrado las tres cosas porque lo que él quería pedirle es que se hiciera cargo de aquél huérfano, sin familia en España y sin nadie que lo atendiera como sólo una madre sabe hacer. Alabó sus dotes y le puso de ejemplo de buena crianza a sus propios hijos. Y sin saber cómo ni por qué, Lola terminó aceptando el encargo.

El niño creció con sus propios hijos y Lola se esforzó para que no hubiera diferencias entre ellos. Sin embargo sí se encargó de que todos supieran que era el hijo de su marido y “aquella mujer”. Su mejor recompensa era escuchar las alabanzas a su buen corazón por haberlo recogido a pesar de todo lo que él le había hecho. “No es nada, cualquiera hubiera hecho lo mismo”, decía con una humildad que sonaba a falsa, pero el ritual se cumplía sin variaciones y ella volvía a su casa reconfortada y hasta llegaba a creerse, al menos un poquito, que albergaba hermosos sentimientos.

Lola tenía sus propios planes, no había hecho todo aquello porque sí. Supuso que el padre iría a visitar a su hijo de vez en cuando y ella aprovecharía para hacer evidente su carencia de egoísmo y su capacidad de amar y perdonar sin pedir nada a cambio. Él lo valoraría adecuadamente y, posiblemente, la recompensara volviendo con ella. Pero, una vez más, él no actuó como ella había supuesto. Las pocas veces que se acercó a la casa fue para recoger al niño, llevárselo y devolverlo un poco después sin darle tiempo a mantener una verdadera conversación. Lola estaba pensando un plan alternativo, cuando la noticia corrió como las tracas de las calles de Cádiz celebrando el carnaval y haciendo el mismo ruido. La policía le había detenido y el juez le acusaba de asesinato.

Ahora es ella la que le lleva al niño de visita a la cárcel en la que cumple condena por haber encargado el asesinato de aquella pobre chica, que lo único que quería era un poco de lujo y bienestar. Y, a lo mejor, una pizquita de ternura.